lunes, 22 de abril de 2019

CAPÍTULO 4

CÓMO COMETER UN CRIMEN



Partiendo de un inicio un poco descontextualizado, se observa que este capítulo trata sobre las responsabilidades éticas y morales de un diseñador. Dicha profesión requiere de un análisis crítico a la hora de realizar cualquier prototipo, ya sea para el diseño de un objeto, mobiliario, de vehículo o en la moda.
Se critica el llamado “diseño cosmético”, que viene a ser “ese” tipo de forma de diseño cuyo pilar base es el capitalismo y su máximo apoyo la sociedad de consumo. 

Para ponernos en contexto, éste libro fue escrito en los años 70, por lo que se deduce que ya entonces se hablaba de un consumo que ya entonces se hablaba de un consumo excesivo de recursos por parte del ciudadano medio. A la vista queda, y aún así hoy en día no solo no hemos solucionado el problema, sino que ha aumentado de manera desproporcionada.
Durante los años 70 se rediseñaron objetos cotidianos (el llamado estilo “retro”) con la única finalidad de que la gente cambiase sus electrodomésticos por otros mas a la moda. Se es daba una carcasa mucho más elaborada y llamativa, más sofisticada y con la posibilidad de elegir hasta el color en el que se deseaba tenerlos. 
Podemos encontrar un paralelismo con el ejemplo que se nombra en el libro sobre los buzones. El autor cuenta como se rediseñaron los convencionales buzones de forma redondeada, color rojo y una modesta banderilla para avisar de que había llegado correo. Se sacó una línea de diseños extravagantes, con formas poco dinámicas y precios más elevados. Cada casa poseía el suyo propio, por lo que la visión de un barrio quedaba más desorganizada y al final se estropeaba también el paisaje. Además los buzones tenían una calidad pésima y no tardaban en estropearse u oxidarse. De ahí extraemos una conclusión: el rediseñar un elemento ya funcional (y barato) con el objetivo de encarecer el producto con sus nuevas “actualizaciones”, nos lleva a un bucle interminable de consumo, ya que el que un elemento “siga la moda” llevará inevitablemente a que queden anticuados/. Que el diseñador acepte realizar un proyecto de rediseño sin saber si lo que hace resulta o no necesario podría considerarse contra el “buen juicio social” y, por consiguiente, en contra del bien social. 

Asimismo es necesario comentar que en esta década también había un exceso de producción en el mercado automovilístico. Se hacían coches cada vez más veloces, pero las medidas de seguridad seguían siendo las mismas que cuando un coche no alcanzaba más de 20 kilómetros por hora. Si bien es cierto que la patente del primer airbag es de 1971 y su desarrollo había sido de 1966 a 1967, no fue hasta 1981 cuando se implementó en el primer vehículo. Y pese a todo esto, no fue añadido de fábrica a todos los modelos hasta 1991. Igualmente, el cinturón de seguridad había sido patentado en los años 30 como medio de seguridad únicamente en aviones, y aunque en 1956 fue probado en un vehículo por primera vez, no fue obligatorio en todo vehículo y en todos los asientos hasta 1993. 
Todos estos factores crearon una tasa de mortalidad muy altas en las carreteras de todo el país. Es posible que fuera este factor lo que desencadenó una respuesta por parte del autor. 


En el libro también se desarrolla una idea cuyo análisis resultaría interesante: mantiene la premisa de que para que un diseño fuera verdaderamente eficaz, es necesario que el diseñador conozca lo que está diseñando y para quién lo diseña. Esto podría conseguirse haciendo que el diseñador viajase al país al que sería enviado su obra; que conviviera allí y conociera las necesidades de la población para poder hacer de su diseño algo mucho más efectivo. Si el diseñador ve las necesidades del público podrá hacer de su diseño algo que realmente solucione problemas o que facilite trabajo. A raíz de esto se podría dar el llamado “proyecto germinativo”, que precisa de que los ciudadanos puedan aportar ideas y probar los prototipos para decidir si les ayuda en sus vidas diarias. El escritor también es consciente de la parte negativa de toda esta idea, por lo que no deja de ser más que un proyecto idílico que acabaría suponiendo demasiado gasto y poco consumo final, por lo que a las grandes empresas no las beneficiaría. Si lo que buscan es la producción rápida, ésta idea es su antítesis. 

Una manera de dar más salida al “proyecto germinativo” sería, en mi opinión, la posibilidad de crear también una explotación local y controlada de la materia prima del país, para que el diseñador las añada de la mejor forma posible a sus creaciones.


“¿No es una pena que muy pocos diseños, muy pocos productos, sean realmente aplicables a las necesidades de la humanidad? Ver por un televisor en color cómo se mueren los niños de Biafra, al tiempo que se sorbe un martini helado, puede ser excitante para mucha gente, pero sólo hasta el momento en que su ciudad empiece a arder. Para un diseñador comprometido no es aceptable este modo de vida, esta negligencia del diseño.”
    En esta cita podemos notar como las palabras del escritor se recrudecen. Es una forma de captar la atención del lector sobre algo que resulta impactante. A su vez acusa al diseñador de manera directa y de esta forma crea un “código ético” según el cual los diseñadores tienen que tener una conciencia social perfectamente estudiada e interiorizada de tal modo que sea su forma de actuar en todo momento o, como mínimo, a la hora de aceptar un encargo. De nuevo nos topamos con una idea idílica que se basa principalmente en la confianza de que el diseñador hará lo correcto tan solo porque es lo que debe de hacer. Está en la voluntad del diseñador la capacidad de plantearse si su diseño es o no es válido, al igual que está en todas las personas la capacidad de cuestionarse también esos diseños que están consumiendo. Sería necesario el desarrollo no solo de la conciencia del diseñador, sino también la del consumidos. De esta manera, si uno de los dos falla en su “cometido moral” el otro estará preparado para rechazar las ideas capitalistas de consumo masivo y descontrolado de productos en su mayoría innecesarios y para colmo, de baja calidad. Pero viendo que han pasado cuatro décadas y que los diseñadores siguen produciendo de la misma manera, cabe decir que nos encontramos en un punto incluso peor que en los 70, ya que no solo producimos, consumimos y desechamos a muchísima más velocidad; sino que además lo que por aquel entonces eran teorías sin demostrar, como la contaminación de las aguas o el exceso de residuos, hoy en día es una realidad con la que nos bombardean de tal manera que han conseguido precisamente lo opuesto: una total pasividad al respecto por parte de la mayoría de los diseñadores y prácticamente de todos los consumidores.

Viendo ahora la situación en la que se hallaba sumida América en esos años, es normal que nos diseñadores comenzasen a cuestionarse si sus aportaciones estaban realmente justificadas. Si era necesaria la renovación constante de productos que pasasen de satisfacer una demanda a provocar una necesidad irreal. Todo esto nos ha hecho evolucionar a un estado en el que el consumo masivo es una necesidad que incluso asociamos a la felicidad. 


Hay otro fragmento que posee una idea llamativa. El autor habla de esto por encima como una referencia casi humorística y crítica a la vez. Se trata de las comunas. Se plantea la posibilidad de tener “comunas” de diseñadores. A continuación comenta que las comunas han vuelto demasiado la vista atrás, dedicándose a hacer tareas demasiado básicas. Pese a ser cierto que ese es el principal objetivo de una comuna de hippies, una comuna de diseñadores no habría de ser así necesariamente. 
Se define una comuna como el conjunto de personas que viven con unas reglas al margen de la sociedad organizada. Pensemos entonces en una comuna de diseñadores como un grupo de personas que comparten un interés común y que no tienen porque vivir al margen de la sociedad, pero que se mantuvieran al margen de las empresas. Si el diseñador se desvinculase de la empresa, podría ser realmente consciente de si su diseño es o no es necesario. Esto provocaría que, al no ser necesario estar lanzando productos constantemente, los diseños pudieran perfeccionarse y garantizar su durabilidad de forma más efectiva. Todo esto garantiza también la reducción de residuos que se generan en todos los procesos de fabricación, y el consumidor tendría productos más duraderos. 

Nada de esto deja de ser, nuevamente, una idea que hoy en día resulta imposible, ya que aún  es necesaria mucha más conciencia social con respecto a nuestro propio consumo. Los últimos cálculos dicen que para el 2030 será necesario reducir como mínimo un 50% de nuestro consumo para poder frenar el destrozo al que el planeta está siendo sometido desde hace más de un siglo, y aún así nuestra huella tardaría más de diez mil años en desaparecer del todo. Es ahora cuando debe comenzar a reducirse nuestra cantidad de residuos o, como mínimo, no seguir aumentando como lleva haciendo durante las últimas décadas. En palabras de la activista sueca Greta Thunberg: “Es necesario comenzar a entrar en pánico por el cambio climático [...] Quiero que actue(i)s como si la casa estuviera en llamas.”

Rosa María Porras Rus

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